Dejarse llevar por lo que nos hace sentir bien
Empezar a surfear fue fácil, sólo me dejé llevar. Hace un par de años comencé a practicar yoga. Llegué al yoga un poco por casualidad. Con un bebé y trabajando no tenía tiempo para ir al gimnasio. Me descargué la aplicación de Nike Training y comencé a entrenar en casa. Descubrí que muchos de los ejercicios que más me gustaban eran posturas de yoga, así que la siguiente aplicación que me descargué fue Gaia (una app solo de Yoga). En un momento muy complicado de mi vida, practicar Yoga resultó ser la mejor medicina para mi imparable cabecita. Gracias al Yoga lograba centrar mis neuronas (que a menudo se dedican a bailar la conga) y además, empecé a fortalecer los músculos y sentirme mejor físicamente. Comencé a interesarme por el yoga y seguir a gente que practica Yoga en Instagram.
Fue entonces cuando descubrí que muchos de los yoguis que seguía practicaban también surf. Y pensé que podría probarlo. Así que lancé en mi tímida cuenta de Instagram el deseo al aire y una amiga respondió: “María yo también quiero probar”. Dicho y hecho. Busqué en Internet, comencé a seguir a más surfistas y di con “La Madrileña de Surf”. Reservamos un curso de fin de semana de iniciación en el surf y conocimos al gran Joaquín, el profesor y director de la SurfSchool y Surfhouse. Aquellos kilómetros en coche con mi amiga (a la que por aquel entonces no conocía todavía en profundidad) se convirtieron en la antesala de lo que para mí sería un viaje que me ha cambiado. Entre confesiones de todo tipo, recuerdo que hablamos de cómo nos aceleraba el pulso la idea de hacer surf a los 40. ¿Serían todos los asistentes al curso chavalines? ¿Nos mirarían sorprendidos o condescendientes? Pero no me importaba nada de eso. Yo quería probarlo, tal vez, más bien probarme. Ahora lo sé.
Primera clase
En la primera clase ni siquiera sabía si era Goofy o Regular. Me sentía torpe y pensé que no sería capaz de levantarme. Calentamiento en la arena. Practicar el take off en varios pasos y luego al agua.
“María, cuando yo te diga ’ ya’ te pones en pie”, Joaquín, el profesor.
Una vez en el agua, los profesores se fueron poniendo con cada uno de los alumnos. Y yo la primera. “María, cuando yo te diga ’ ya’ te pones en pie”, Joaquín, el profesor.
Vino la olita, me empujó, me dijo “ya” y “voilá”, la magia se hizo y mi torpeza desapareció, me puse en pie y cogí a la primera la ola para mi asombro, el del resto de compañeros y el del propio profesor que más tarde me confesaría: «Madre mía María, cuando te vi en la arena… (puntos suspensivos).
Pero llegué a la orilla subida en aquel corchopan rojo y me sentí como hacía mucho que no me sentía. Fui de nuevo para adentro y le dije a Joaquín: “Quiero hacer esto todo el tiempo”. Encima de la tabla me vi capaz, me sentí por primera vez en mucho tiempo poderosa. Durante esa hora de surf olvidé todos mis miedos, mis complejos y mis inseguridades. ¿Cómo no iba a seguir surfeando?
Recuerdo también que Joaquín me dijo que me había picado el gusanillo. “A algunas personas les pasa, y creo que te ha pasado”. Eso parece, Joaquín, tenías razón jejeje.
Me hizo sentir bien, muy bien y no tuve otra elección. Me dejé llevar, lo sigo haciendo y es espectacular dónde me está llevando el surf, o mejor, a quiénes me está llevando el surf.