No estoy aprendiendo a surfear, más bien estoy aprendiendo a vivir, sin miedos, sin pedir perdón. Estoy aprendiendo a surfear, a vivir, como si fuera a morir. Estoy aprendiendo a lanzarme, a atreverme, a perder la cabeza para encontrarme. Todo lo demás del surf (ponerse en pie, remar como si llevaras una hélice en el culo, aprender a interpretar las previsiones, entender las mareas, las medidas de las tablas… y mucho, mucho más), está viniendo a mí de a poquitos, y sin poder evitarlo.
Soy principiante, ¿donde voy la primera vez?
Todas mis primeras veces en el surf están siendo en Cantabria. Aprender a surfear es una maravillosa y espectacular primera vez. Escribo «mis primeras veces» así, en plural, porque cada vez que me meto en el agua con el corchopán es distinto y aunque he mejorado, mejoro poco a poco, cada baño es una primera vez. Lo digo desde la emoción y la pasión encendida. No creo que pueda cansarme nunca del mar, ni del surf, porque cada vez descubro algo nuevo del mar pero sobre todo de mí.
Elegí Cantabria para aprender a surfear porque vivo en Madrid y después de unas consultas básicas en Google parecía el destino de surf más cercano y más adecuado para iniciarse (allá por mayo). ¡Y qué buena elección hice! El primero de todos mis comienzos en el surf, aquel fin de semana, las condiciones fueron las perfectas para aprender. Entonces no lo sabía, no lo pensé. Después, comencé a ir más fines de semana a aprender a surfear y aprendí que esas condiciones perfectas tardarían en repetirse. Cantabria y sus gentes merece una categoría solita para ella en mi pequeño blog (todo se andará). Cantabria se ha convertido un poco en el refugio de mi alma. Allí entre sus verdes y azules, soy mejor, estoy mejor, sueño mejor. Y aunque Cantabria, ya ven, es «mi destino», lo cierto es que el Cantábrico se pone serio en invierno, la mayoría de las surfhouse cierran y es más difícil encontrar el mar más propicio para aprender. A todo esto, hay que sumarle el frío. Si bien es cierto que con un buen neopreno y escarpines no hay por qué pasar frío en el agua, cuando uno sale del baño… Eso, señores y señoras, es otra experiencia. Por lo que dependiendo de la época del año supongo será más adecuado uno u otro sitio. Por mi experiencia, desde mayo hasta octubre, Cantabria es perfecto. Aún así, yo me he metido y seguiré metiendo en invierno. Ese Cantábrico que me tiene locamente enamorada, me gusta también así de furioso y gélido. Y, miren, ya que estoy así, envalentonada con el Cantábrico en invierno, voy a ir también a la zona de Sopelana, Plentzia (iré contando)… Pero hay más mucho más, Asturias, Galicia y la vecina Portugal y tantos, tantos sitios. Probé este verano Cádiz (El Palmar), destino que pretendo conocer en los meses de invierno, momento en el que me cuentan, las olas de Cádiz deparan más alegrías para los surfistas.
Surfhouse en las que me he alojado y/o recibido clases en Cantabria
Además del destino, se me ocurre que lo más importante es el cómo. Aunque he leído de todo en los foros de surfistas y hay quien se pone a lidiar con el mar por primera vez, así a la torera, creo que ir a clases de surf es lo mejor para divertirse más, aprender mejor y no ponerse en riesgo a uno mismo o, lo peor, a los demás. Para mí fue así, en una surfhouse. Espero poder ir contando mi experiencia con cada surfhouse y profesor que he conocido pero ya adelanto que todos han sido geniales y que todos me han enseñado mucho. Cuando veía a los surfers o me imaginaba intentándolo, las olas grandes (para mi 1 metro y medio ya es muy grande, jejeje) me parecían invencibles monstruos a los que nunca osaría acercarme. Y aunque es verdad que el tamaño de las olas es evidentemente una de las primeras medidas de alerta, lo que no imagina uno es que algunas corrientes pueden aterrar más incluso que una de esas olas enormes. A la ola grande le tendrás respeto tú solito, las corrientes no las verás ni conocerás, pero el profesor podrá explicarte la anatomía de esas corrientes que pueden transportarte al interior o agotarte hasta que estés exhausto si intentas lucharlas e ir a contracorriente.